Su voz se me clava en la sien, aguda y punzante. Me repite una y otra vez: "Jaime, ¿cuándo vas a dejar de hacer el gilipollas? Conserva la poca dignidad que te queda".
Y yo, torpe y testarudo, en lugar de atender y aprender, de quien fuese mi místico más fiel consejero. Cojo insecticida y un mechero.
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