Porque fuiste, y siempre serás, mi princesa de hoz y martillo. Mi Pasionaria.
La que de un suspiro me tiraba suelo y me dejaba postrado ante sus pies.
La que fumaba, tan inocente y morbosa, cuando en su humo exhalaba todo lo que yo era. Y en su forma de berberse las cañas y en su risa, se me iban los huevos.
Porque todo eso de que nunca la supe valorar; hoy lo sé.
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