lunes, 25 de agosto de 2014

Entre copas y cigarros...

Entre copas, cigarros y amigos me ha venido a la cabeza aquel primer amor de verano, ese que todos, quinceañeros, hemos vivido. Me acuerdo de la ternura de aquellos críos cuya única preocupación era besar sin que chocaran sus dientes entre besos de deseo, desconcierto y aventura. También he recordado esos nervios infantiles cuando jugando a ser adultos os ibais, tú y ella, a desaparecer del mundo, a perderos buscando el consuelo de la luna, sin ni siquiera poder sacar valor para miraros a los ojos porque podían revelar demasiado. Y ahí estás tú, sólo, esperando un paso, una señal, que la sociedad machista ha marcado que tienes que dar tú. En ese momento, respiras hondo, con todas tus fuerzas, en un eterno suspiro que le hace ver que estás tan inseguro como ella. Entonces ocurre, todo se para, tienes ese primer beso que antes no tuviste porque el que fue no mereció ser tal. Los primeros nervios, las primeras dudas, tus primeros pasos; pero lo haces seguro, confiado de que no te equivocas, de que es la persona acertada con tus mismos miedos, tus mismas inquietudes, tu mismo tú.
Luego pasan los años, ya nada es tan bonito, ahora sigues los pasos que la sociedad te marca, te consuelas en relaciones vacías, en porros y polvos de satisfacción propia porque, 'alguna vez tendrá que ser la primera, todos han pasado por esto y yo no voy a ser menos', ya no estás tan seguro como antes, ya no es ella, es cualquiera. "Las canicas y los palos se han cambiado por cigarros y alcohol", con los besos llega el sexo y con él, aparece el fracaso, los listones, las expectativas, la necesidad, el vicio, el tener algo que demostrar que tú mismo te marcas, te pones metas absurdas, las dudas se convierten en miedos. Ves a tus amigos, sin complejos, educados por un sistema que parece distinto al tuyo, y a tantos otros fracasados que se arruinan la vida por intentar llegar a ser algo que nunca ni ellos mismos quisieron ser. Es lo que pasa cuando uno se pone metas, que si no las alcanzas, te caes y ya no somos niños, ya no es tan fácil reanudar la marcha. Un día, te das cuenta de que te arrepientes de cosas, errores, se supone que ahí has madurado. Quieres centrarte, y dejar de ser el adolescente chulesco que se mueve por impresionar a una multitud que ya no se impresiona, hasta te avergüenzas de haber sido lo que has sido y de lo que te ha movido a serlo. Justo en ese momento, en ese preciso instante es cuando buscas ansioso matar tu angustia relaciones serias, estables, que para tu sorpresa llegan cargadas de COMPROMISOS, obligaciones, quebraderos de cabeza, celos; todo ello se une al comienzo de tu madurez: los estudios, empiezas a construir tu propio futuro, quien vas a ser el resto de tu vida, y comienzas a escribir tu historia. Lo haces muy poquito a poco, con dos dedos, despacio y torpe pero acertando en las letras que quieras dar. Ya no te arrepientes, pero te equivocas, te equivocas tanto que superas tus expectativas. Resurgen las relaciones, porque después de los años de desequilibrio toca sentar la cabeza, eso es lo que te han enseñado, aunque tú no seas así, te educan para ello, toca seguir pautas, reglas predeterminadas y establecidas por alguien que ni te conoce. Vuelves a encontrarla pero ya no tiene la misma cara, ni el mismo nombre, ni el mismo cuerpo; los besos no saben igual, el sexo no es tan vacío y se maquilla con algo de respeto y cariño, algo a lo que la gente llama amor, algo que tu no encuentras porque no es la una entre millones, no es esa que buscas sin querer. Pero reaparece el compromiso, las etiquetas, los celos, así como el qué dirán, y notas que cortan tus alas, entonces huyes para llegar a lo mismo con otras, creyendo que será distinto, que actuarás distinto, en un ciclo que te hastía. Ahí vuelves al recelo, a revelarte contra todo y a no pensar en tí. De repente aparece alguien que tiene nombre de mujer, tiene otro rostro pero los besos saben igual, y los nervios son los mismos, tanto que te acojonas cada vez que sale la palabra "sexo" en esa conversación y ya no es porque tengas nada que demostrar sino porque quieres hacerlo, quieres demostrarlo, con ella.
Yo no quería escribir sobre amor, no se ni tan siquiera si voy a saber lo que es eso ni si quiero saberlo. Solo quería escribir, escribir para olvidar, porque bebo mucho, porque fumo mucho y porque como mal, y así me ha ido. Soy feliz supongo, pues realmente tampoco me va tan mal, y mejor que me va a ir, porque en esta vida estamos solos el mundo y yo, por lo menos en la mía. Quiero seguir teniendo esos besos robados, esos nervios, los petas con amigos, la cerveza, la buena música, un libro o algo de cine, los miedos, las lunas. Quiero seguir ilusionándome y equivocándome mucho, sin malos rollos y enseñando dientes. Porque si fallo con una sonrisa en la boca, entre bromas, significa que sigo escribiendo la vida que empecé, a mi manera, saliéndome de los bordes que vienen marcados en el cuaderno. Prometo no dejar de actuar porque a alguien le pueda no gustar lo que hago, ya sea con la falta de ética, moral y religión más grande de la historia, pues no lo será si no lo es para mí. Prometo seguir viviendo la vida que yo me marco, así se joda el mundo. Porque los que están van a seguir estando.

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