Fui hacia ella, aspirando profundamente el poco humo que mantenía mi cigarro a medio apagar. No podía apartar la vista de ese cuerpo, ni de esa mente. De su lucha.
Esa furia me cegaba, me cegaban sus motivos, sus ganas, sus principios, ¡qué coño! Me cegaban sus cojones para todo. El fin y los medios. Los modos, y su actitud chulesca y soberbia.
Me di cuenta de lo que siempre supe, que no era amor, era admiración.
Y entonces, cuando ella más gritaba en silencio, ahora que su guerra era mayor que nunca, con esa carcajada que dibujaban sus labios y que rompía todas las lágrimas de cristal que le puso el camino. Entonces me miré, y me dije ¿Por qué yo no?
Porque ese coraje solo es suyo. Es su esencia. Y nunca podré tener ese valor, y esos huevos que ella tuvo. Los que ha tenido siempre.
A ti.
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